El tópico nos dice que estamos ante una película de O. Welles. Es
cierto. En ninguna otra película que se haya realizado se deja sentir
tanto la presencia del actor en el pulso que toma la dirección como en
esta; pero de ahí a la autoría hay un paso gigantesco que olvidaría
otros hallazgos de esta obra maestra. Lo que está claro es que Welles
tuvo libertad absoluta de componer su fascinante H. Lime, no sólo
rescribiendo su parte (todo ese magnífico discurso sobre la democracia y
el reloj de cuco es suyo), sino dirigiendo sus secuencias. Prueba de
ello es leer el guión de Greene, ahora ya tomado como una novela más de
él, pero que en origen fue un guión encargado por el productor, A.
Korda, y ver toda la construcción que realizó Welles en el que, junto
con Kane y el capitán Quinlan, es su mejor personaje.
“El tercer hombre” tiene muchas historias, pero podemos resumir todas en
un binomio: amistad / traición.
Martins, un espléndido J. Cotten, llega
a una Viena “un poco destruida por las bombas”, invitado por su amigo
H. Lime, para descubrir que éste ha fallecido en un extraño accidente.
Sobre esta premisa, la sabiduría de Carol Reed despliega una serie de
momentos inolvidables, en un viaje lleno de cinismo por esa jauría
humana que alumbra la posguerra y que tienen en las cloacas una de sus
vías de comunicación.
Para eso C. Reed reinventa el expresionismo dotando a la dirección de un
regusto barroco que será la marca de estilo: ángulos novedosos que casi
nunca respetan la horizontalidad del plano, infinidad de picados y
contrapicados, que hasta hacen creer a uno de los personajes que el
cielo se halla en el suelo y el infierno en el cielo, juegos con la
profundidad de campo como el maravilloso plano de presentación de
Welles. Todo este toda a la película de una tensión única.
El reparto sólido y sensacional. Destacando, aparte de los mencionados, una Alida Valli que se eleva al estrellato tras esta película, o un Trevor Howard tan distinguido como siempre y que borda su papel.
Como decía la película esta llena de momentos únicos.
Dejando aparte los
ya conocidos: el plano de presentación de Welles, la persecución por
las cloacas, la secuencia de la noria, hay dos que destacaría por encima
de los demás: la secuencia de la delación echa a manos de un tierno
niño.
Una secuencia magistral, que sigue produciendo una angustia enorme
al contemplarla y ver como ese tierno niño de dos años puede
convertirse en un monstruo feroz; y por supuesto ese plano final y
larguísimo que cierra la película de un modo desolador y renegando de
una regla de oro: el final feliz.
Tal vez la película número uno. El tercer hombre es puro arte. Como en
literatura o en pintura, se advierte enseguida la obra maestra. No me
voy a extender por la era donde está ya todo trillado. Me gustaría
señalar lo que yo he visto en esta película y es lo siguiente: tres
niveles y tres escenas.
El primer nivel se alcanza en la noria, en las alturas. Ahí Harry Lime dice: "si miras desde aquí a los hombres, parecen hormiguitas; qué más da una más o menos..." Eso mismo diría Dios si no se hubiera hecho un día hombre. Porque el caso es que cada hormiguita tiene su esperanza, su amor, su reunión mensual para hablar de literatura, de Beckett o de Zane Gray.
El segundo nivel está en la superficie, donde el hombre lucha por
sobrevivir. Ahí están dos escenas grandiosas en el cine: cuando Lime
aparece entre sombras bajo un portal porque el gato le descubre y la
escena final de la película que es el desencuentro más explícito jamás
filmado. La primera alcanza un momento nostálgico difícil de olvidar con
una preciosa melodía de esas que a lo largo de la vida tendrás más de
una ocasión de volver a oír (en mi caso la llevo de tono de llamada en
el móvil).
Harry Lime es nuestro amigo de toda la vida: el más guapo, el que de joven se llevaba de calle a todas las chicas, el más gracioso, el que todos querían estar a su lado, el que siempre tenía dinero cuando no había un duro en las casas... ¡Cuánto quisimos a Harry Lime! ¡Cómo no se iba a enamorar de él la mujer más bella y sensata! No es extraño que una chica guapa, seria y con lo pies en la tierra termine locamente enamorada del hombre más soñador y sinvergüenza que conozca; al fin y al cabo trabajadores y de apariencia estólida hay más que botellines.
Y el tercer nivel es el submundo. El infierno. Ahí no hay reuniones, ni
amistad... Sólo huída y peligro, miedo y muerte. Y es bajo tierra donde
aparece la tercera escena más lograda del cine: esas manos queriendo
salir de la muerte, aferrándose a la vida como es el instinto primario
del ser humano. Esos dedos que salen entre los barrotes inútilmente
quieren tener ojos en las puntas para ver por última vez el cielo. Todo
se acaba así.
No obstante, con un poco de suerte tedrás amigos, camaradas, decepciones, golpes y encuentros en un mundo que siempre será hostil, acabe de terminar la II GM o hayan pasado ya más de 60 años. Pero si bajas del jeep a esperar a una mujer con la gabardina cruzada en el brazo en el paseo del parque más lánguido del mundo, sabiendo que ella no está enamorada de ti ni posiblemente lo esté nunca y tu ya le hayas dicho con tristeza lo mucho que la quieres, y ella pase ante ti sin mirarte siguiendo su camino, habrás tenido la suerte de vivir también una bonita historia de amor.
Pura leyenda, puro mito, puro CINE con mayúsculas.
G. Greene, autor de
la historia y del guión, el director C. Reed y O.Welles, con su
poderosa presencia, forman el trípode que sustenta este inmortal
thriller, obra maestra absoluta del cine de todos los tiempos. Motivo de
polémica durante años, hoy casi nadie discute la autoría del film, un
C. Reed en la cúspide de su talento creativo, pero a nadie se le escapa
que un genio como O. Welles debió de tener mucho que ver en el
tratamiento del personaje de Harry Lime y su plasmación en imágenes.
Creación arrolladora de Welles, que domina el film de principio a fin,
lo marcó de forma definitoria hasta su muerte.
Partiendo de una premisa argumental sencilla, -Martins (Cotten), un
escritor de novelas baratas del oeste viaja a Viena donde Lime (Welles)
su mejor amigo le ha ofrecido trabajo, para descubrir al llegar que ha
muerto atropellado-, que nos sumerge en un alambicado relato de intriga
en el marco incomparable de la Viena de la posguerra, poco a poco vamos
descubriendo una fascinante galería de personajes que intentan
sobrevivir a las secuelas de la guerra. Ante nosotros aparece, con toda
su crudeza, un sórdido mundo que transita entre el bien y el mal, lo
moral y lo inmoral, lo ético y lo que no lo es. Con un guión
extraordinario de míticos diálogos que ya son historia, “El tercer
hombre” se erige, bajo la soberbia dirección de C. Reed, como uno de los
más lúcidos estudios sobre el egoísmo, el cinismo y la maldad del ser
humano, y nos plantea el terrible dilema moral de tener que escoger
entre la fidelidad y lo éticamente correcto. Bañada por un extraño
halito de romanticismo y con una historia de amor imposible, nos
deslumbra por la barroca puesta en escena, la impresionante fotografía
expresionista de R. Krasker -opresiva y llena de sombras-, los míticos
planos inclinados asociados a la duda, el sensacional montaje, los
silencios y ecos que estallan en nuestros oídos, y por la inmortal
cítara de A. Karas. Con un espléndido reparto en estado de gracia, desde
el discreto pero memorable J. Cotten -en el mejor papel de su carrera-,
la bellísima, enigmática y sublime A. Valli, un T. Howard sencillamente
perfecto, hasta la impresionante interpretación que ese autentico
monstruo de la escena que era O. Welles hace del personaje de Harry
Lime, para la inmortalidad nos ha quedado la mejor presentación de un
personaje de la historia, el encuentro en la noria del Prater vienes
-con el mítico monologo de Welles-, la magistral secuencia de
persecución por las cloacas de la ciudad -con ese impagable gesto final
de asentimiento-, y ese arriesgadísimo, duro y desolador plano final de
más de dos minutos de duración. Una impresionante obra maestra,
absolutamente imprescindible.
La acción tiene lugar en Viena en los primeros años de la Posguerra
(1947). Narra la historia de Harry Lime, traficante desaprensivo que en
el mercado negro vienés compra penicilina robada, la diluye y la vende a
un alto precio, a costa de la salud de las personas. Su actividad le
lleva a simular la muerte y a ocultarse en el sector ruso de la ciudad.
Cuando Holly Martins (Joseph Cotten) llega a Viena, decide emprender una
investigación sobre su muerte, dadas las informaciones contradictorias
que recoge. La película describe la perversidad de un hombre siniestro y
diabólico, que aborrece a sus semejantes; desprecia la justicia, la
solidaridad, la democracia y la paz; y ama la guerra, el terror y el
asesinato. Su objetivo es convertirse en un personaje poderoso, a la
manera del superhombre de Nietzsche. Es el protagonista del film y el
eje de la acción. Por lo demás, la película pone en tensión la lealtad,
el amor y la amistad frente a la verdad, la justicia y el bien. Su
amante, Ana (Alida Valli), y su amigo de la infancia Martins, se debaten
entre dudas, inseguridades y contradicciones. La estética de la obra es
marcadamente expresionista. Abundan los encuadres dislocados, las
perspectivas de ruínas, las imágenes deformadas por los bombardeos
(escaleras, vías, etc.). A ello se añaden juegos de luces y sombras que
crean un clima fantasmagórico, reflejo de las opciones éticas y de los
sentimientos de los protagonistas. Además, la obra suma un compendio
amplio y heterogéneo de ambigüedades y dudas, que elevan la atmósfera de
tensión y desasosiego.
La música, de Anton Karas, se
basa en una melodía sencilla e hipnóptica, interpretada con cítara, muy
adecuada. La fotografía ofrece un recital de recursos innovadores de
gran efectividad. El guión toma un argumento excelente de Graham Greene,
adaptado con aportaciones de Alexander Korda y Carol Reed. La
definición de los personas principales es modélica: Ana encarna la
lealtad al amante; Lime la perversidad y la locura; y Martins la
mediocridad, ahogada en alcohol, y una ambígua fascinación por Lime. La
interpretación de Welles es breve, pero magistral, y son excelentes las
intervenciones de los otros protagonistas. La dirección, correcta y
solvente, se apoya en Welles en tres ocasiones: la aparición nocturna de
Lime ante la mirada de Martins, la conversación de Lime y Martins en la
noria y los dedos tensos que buscan la libertad ante un fondo de
árboles otoñales sin hojas.
Tercera colaboración de Reed y Greene. Una de las mejores películas de todos los tiempos.
Tercera colaboración de Reed y Greene. Una de las mejores películas de todos los tiempos.
La
frase "me gusta perder el tiempo", que cierra el turno de voz del film,
deja abiertas las puertas a un cúmulo de preguntas sin respuesta, que
alimentan la sensación de magia del film e impulsan las ansias del
espectador de pensar y comentar.
TÍTULO ORIGINAL | The Third Man (The 3rd Man) | ||
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AÑO | 1949 | ||
DIRECTOR | Carol Reed | ||
GUIÓN | Graham Greene (Novela: Graham Greene) | ||
MÚSICA | Anton Karas | ||
FOTOGRAFÍA | Robert Krasker (B&W) | ||
REPARTO | Joseph Cotten, Alida Valli, Trevor Howard, Orson Welles, Bernard Lee, Paul Hörbiger, Ernst Deutsch, Siegfried Breuer, Erich Ponto, Wilfrid Hyde-White, Hedwig Bleibtreu | ||
PRODUCTORA | London Films. Productores: Alexander Korda & David O. Selznick | ||
PREMIOS | 1949: Festival de Cannes: Gran Premio del festival (mejor película) 1949: BAFTA: Mejor película británica. Nominada a Mejor película 1949: Directors Guild of America: Nominada a Mejor dirección 1950: Oscar: Mejor fotografía B/N. 3 nominaciones |
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SINOPSIS | Guerra Fría, Viena, 1947. El norteamericano Holly Martins, un mediocre escritor de novelas del Oeste, llega a la capital austríaca cuando la ciudad está dividida en cuatro zonas ocupadas por los estados aliados de la Segunda Guerra Mundial. Holly va a visitar a Harry Lime, un amigo de la infancia que le ha prometido trabajo. Pero su llegada coincide con el entierro de Harry, que ha muerto atropellado por un coche. El jefe de la policía militar británica le hace saber que su amigo estaba gravemente implicado en el mercado negro. Adaptación de la novela homónima de Graham Greene. | ||
CRÍTICAS |
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"Una leyenda del cine (...) Elegida en 1999
como la mejor aportación británica a la historia del cine. Es eso, y con
mayúscula: pura historia, resultado de un genial cruce de azares"
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