sábado, 14 de julio de 2012

Marcado para matar


Seijun Suzuki agarrando la maza “dadá” y dedicándose a demoler cualquier sentido del tempo y del espacio cinematográfico, para, tras rebuscar entre los escombros, aplicar unos preceptos más cercanos a la pintura abstracta o a la gramática “jazzistica” que a cualquier otra cosa. El resultado es un film radical y delirante, más “nueva ola” que la “nueva ola”, que satiriza las convenciones del “noir” a base de estilizarlas hasta el absurdo, no existen los personajes como tales ( no hay dramaturgia, sino uso de tipologías) y la narración se vuelve asincrónica, contando con unas elipsis salvajes dentro de la misma secuencia o escena, una audacia formal que se mueve entre la inconsciencia y el experimentalismo de cuatro duros, y que le costó a Suzuki que le dieran la patada de la “Nikkatsu”.



Con una puesta en escena libérrima y juguetona, repleta de encuadres imposibles (con esa fijación por colocar objetos entre los actores y la cámara para dividir el plano y forzar la visión del espectador) y combinaciones geométricas que aprovechan la arquitectura de los decorados, mezclando racionalismo y “pop-art”, un “score” átonal e hipnótico que suena a algo así como un cruce entre la bandas sonoras imaginarias de John Zorn y Barry Adamson con el “cool” de Miles Davis, préstamos del lenguaje y la estética del cómic (ese disparo a través de la cañería que Jim Jarmusch homenajeo en la estupenda “Gosht Dog”), expresionismo, simbolismo de herencia “kabuki”,... un festival de eclecticismo para dar forma a una experiencia audiovisual que ni viéndose se cree. Si todo esto fuera poco hay que añadir una concepción del erotismo fetichista y enfermiza (el protagonista solo es capaz de excitarse con el aroma del arroz hervido), entre la parodia descarada y burlona y el frenesí “sadomaso”, genialmente interpretada por ese monstruo que es Jo Shishido, el mítico actor de los mofletes operados y especie de Klaus Kinski nipón, una personalidad inimitable e imprevisible, perfecto para el universo imposible de Suzuki. Una reinterpretación del género refractaria a cualquier ortodoxia y, desde luego, nada complaciente, sino agresiva para con el espectador, al que desafía a través de una concepción ácrata del lenguaje y a una estrangulación de las convenciones y las expectativas, el resultado es la plasmación más pura del sentido del cine del autor, quizá la única vez dónde hizo todo lo que quiso, hasta el punto en que intento reeditarlo con un (auto) “remake” , la pretenciosa y mediocre “El baile de los sicarios”.



Obras como ésta, u otras en cierta manera emparentadas, como "Mulholland Drive", "Inland Empire" o "Memento", donde se deconstruyen (o destruyen) las coordenadas espacio-temporales, suelen ser ensalzadas (o denigradas) básicamente en virtud de tan llamativa cualidad (que, dicho de sea de paso, habría que preguntarse hasta qué punto debe ser saludada como el colmo de la modernidad: cuando el cine iba a gatas, la novela, el teatro, la pintura o la música ya habían transitado estos caminos). Mas, para apreciar dicha estructura narrativa, no hace falta ver la película, bastaría con leer el guión. Quiero decir con ello que, sin negarle su grado de importancia, no deja de ser la parte de un todo, un armazón o esqueleto que requiere ser vestido —la ejecución propiamente cinemática— y es la totalidad resultante la que en todo caso debe ser valorada. Por eso aquí recalco especialmente la originalidad de los encuadres y el ritmo en su duración y engarce, los movimientos laterales de cámara, la utilización extraordinaria de la fotografía en blanco negro, sobre todo retratando a los actores (el principal, con esos mofletes operados, o la chica, con primeros planos francamente inquietantes mirando a cámara), la fascinante dirección artística (tanto en decorados como en exteriores), el trabajo con el sonido y la música…

 
Todo ello conforma una partitura audiovisual sensorialmente impactante, de espíritu libre y anárquico, donde el humor absurdo coexiste con la sofisticación sexual, la violencia yakuza o la reflexión filosófica sobre la identidad o la muerte. Tan surrealista como "Una página de locura", abstracta como "La aventura", o delirante como "Pierrot el loco", "Branded to Kill" entronca con lo que Buñuel comentaba acerca de "El fantasma de la libertad", la paradoja de una película donde todo cuanto sucede es a la vez gratuito y necesario.


TÍTULO ORIGINAL Koroshi no rakuin (Branded to Kill)
AÑO 1967




DIRECTOR Seijun Suzuki
GUIÓN Hachiro Guryu, Takeo Kimura, Chusei Sone, Atsushi Yamatoya
MÚSICA Naozumi Yamamoto
FOTOGRAFÍA Kazue Nagatsuka (B&W)
REPARTO Jo Shishido, Mariko Ogawa, Anne Mari, Koji Nambara, Isao Tamagawa, Hiroshi Minami, Iwae Arai
PRODUCTORA Nikkatsu


SINOPSIS Un asesino del crimen organizado es contratado para llevar a cabo una misión. Es conocido como el Número 3, y pronto se verá en vuelto en una especie de conspiración en la que están metidos una extraña y fascinante mujer, y más asesinos. La caza comienza, y enseguida sabremos quién es el Número 1 de la Organización, todo un ejemplo a seguir, y sobre el que algunos incluso aseguran que no existe, que es un invento para meter miedo.

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