Seijun Suzuki agarrando la maza “dadá” y dedicándose a demoler cualquier
sentido del tempo y del espacio cinematográfico, para, tras rebuscar
entre los escombros, aplicar unos preceptos más cercanos a la pintura
abstracta o a la gramática “jazzistica” que a cualquier otra cosa. El
resultado es un film radical y delirante, más “nueva ola” que la “nueva
ola”, que satiriza las convenciones del “noir” a base de estilizarlas
hasta el absurdo, no existen los personajes como tales ( no hay
dramaturgia, sino uso de tipologías) y la narración se vuelve
asincrónica, contando con unas elipsis salvajes dentro de la misma
secuencia o escena, una audacia formal que se mueve entre la
inconsciencia y el experimentalismo de cuatro duros, y que le costó a
Suzuki que le dieran la patada de la “Nikkatsu”.
Con una puesta en
escena libérrima y juguetona, repleta de encuadres imposibles (con esa
fijación por colocar objetos entre los actores y la cámara para dividir
el plano y forzar la visión del espectador) y combinaciones geométricas
que aprovechan la arquitectura de los decorados, mezclando racionalismo
y “pop-art”, un “score” átonal e hipnótico que suena a algo así como un
cruce entre la bandas sonoras imaginarias de John Zorn y Barry Adamson
con el “cool” de Miles Davis, préstamos del lenguaje y la estética del
cómic (ese disparo a través de la cañería que Jim Jarmusch homenajeo en
la estupenda “Gosht Dog”), expresionismo, simbolismo de herencia
“kabuki”,... un festival de eclecticismo para dar forma a una
experiencia audiovisual que ni viéndose se cree. Si todo esto fuera poco
hay que añadir una concepción del erotismo fetichista y enfermiza (el
protagonista solo es capaz de excitarse con el aroma del arroz hervido),
entre la parodia descarada y burlona y el frenesí “sadomaso”,
genialmente interpretada por ese monstruo que es Jo Shishido, el mítico
actor de los mofletes operados y especie de Klaus Kinski nipón, una
personalidad inimitable e imprevisible, perfecto para el universo
imposible de Suzuki. Una reinterpretación del género refractaria a
cualquier ortodoxia y, desde luego, nada complaciente, sino agresiva
para con el espectador, al que desafía a través de una concepción ácrata
del lenguaje y a una estrangulación de las convenciones y las
expectativas, el resultado es la plasmación más pura del sentido del
cine del autor, quizá la única vez dónde hizo todo lo que quiso, hasta
el punto en que intento reeditarlo con un (auto) “remake” , la
pretenciosa y mediocre “El baile de los sicarios”.
Obras como ésta, u otras en cierta manera emparentadas, como "Mulholland
Drive", "Inland Empire" o "Memento", donde se deconstruyen (o
destruyen) las coordenadas espacio-temporales, suelen ser ensalzadas (o
denigradas) básicamente en virtud de tan llamativa cualidad (que, dicho
de sea de paso, habría que preguntarse hasta qué punto debe ser saludada
como el colmo de la modernidad: cuando el cine iba a gatas, la novela,
el teatro, la pintura o la música ya habían transitado estos caminos).
Mas, para apreciar dicha estructura narrativa, no hace falta ver la
película, bastaría con leer el guión. Quiero decir con ello que, sin
negarle su grado de importancia, no deja de ser la parte de un todo, un
armazón o esqueleto que requiere ser vestido —la ejecución propiamente
cinemática— y es la totalidad resultante la que en todo caso debe ser
valorada. Por eso aquí recalco especialmente la originalidad de los
encuadres y el ritmo en su duración y engarce, los movimientos laterales
de cámara, la utilización extraordinaria de la fotografía en blanco
negro, sobre todo retratando a los actores (el principal, con esos
mofletes operados, o la chica, con primeros planos francamente
inquietantes mirando a cámara), la fascinante dirección artística (tanto
en decorados como en exteriores), el trabajo con el sonido y la música…
Todo ello conforma una partitura audiovisual sensorialmente impactante,
de espíritu libre y anárquico, donde el humor absurdo coexiste con la
sofisticación sexual, la violencia yakuza o la reflexión filosófica
sobre la identidad o la muerte. Tan surrealista como "Una página de
locura", abstracta como "La aventura", o delirante como "Pierrot el
loco", "Branded to Kill" entronca con lo que Buñuel comentaba acerca de
"El fantasma de la libertad", la paradoja de una película donde todo
cuanto sucede es a la vez gratuito y necesario.
TÍTULO ORIGINAL | Koroshi no rakuin (Branded to Kill) |
---|---|
AÑO | 1967 |
DIRECTOR | Seijun Suzuki |
GUIÓN | Hachiro Guryu, Takeo Kimura, Chusei Sone, Atsushi Yamatoya |
MÚSICA | Naozumi Yamamoto |
FOTOGRAFÍA | Kazue Nagatsuka (B&W) |
REPARTO | Jo Shishido, Mariko Ogawa, Anne Mari, Koji Nambara, Isao Tamagawa, Hiroshi Minami, Iwae Arai |
PRODUCTORA | Nikkatsu |
SINOPSIS | Un asesino del crimen organizado es contratado para llevar a cabo una misión. Es conocido como el Número 3, y pronto se verá en vuelto en una especie de conspiración en la que están metidos una extraña y fascinante mujer, y más asesinos. La caza comienza, y enseguida sabremos quién es el Número 1 de la Organización, todo un ejemplo a seguir, y sobre el que algunos incluso aseguran que no existe, que es un invento para meter miedo. |
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