sábado, 7 de julio de 2012

El tercer hombre

El tópico nos dice que estamos ante una película de O. Welles. Es cierto. En ninguna otra película que se haya realizado se deja sentir tanto la presencia del actor en el pulso que toma la dirección como en esta; pero de ahí a la autoría hay un paso gigantesco que olvidaría otros hallazgos de esta obra maestra. Lo que está claro es que Welles tuvo libertad absoluta de componer su fascinante H. Lime, no sólo rescribiendo su parte (todo ese magnífico discurso sobre la democracia y el reloj de cuco es suyo), sino dirigiendo sus secuencias. Prueba de ello es leer el guión de Greene, ahora ya tomado como una novela más de él, pero que en origen fue un guión encargado por el productor, A. Korda, y ver toda la construcción que realizó Welles en el que, junto con Kane y el capitán Quinlan, es su mejor personaje. 


“El tercer hombre” tiene muchas historias, pero podemos resumir todas en un binomio: amistad / traición. 

Martins, un espléndido J. Cotten, llega a una Viena “un poco destruida por las bombas”, invitado por su amigo H. Lime, para descubrir que éste ha fallecido en un extraño accidente. Sobre esta premisa, la sabiduría de Carol Reed despliega una serie de momentos inolvidables, en un viaje lleno de cinismo por esa jauría humana que alumbra la posguerra y que tienen en las cloacas una de sus vías de comunicación. 

Para eso C. Reed reinventa el expresionismo dotando a la dirección de un regusto barroco que será la marca de estilo: ángulos novedosos que casi nunca respetan la horizontalidad del plano, infinidad de picados y contrapicados, que hasta hacen creer a uno de los personajes que el cielo se halla en el suelo y el infierno en el cielo, juegos con la profundidad de campo como el maravilloso plano de presentación de Welles. Todo este toda a la película de una tensión única.

El reparto sólido y sensacional. Destacando, aparte de los mencionados, una Alida Valli que se eleva al estrellato tras esta película, o un Trevor Howard tan distinguido como siempre y que borda su papel.

Como decía la película esta llena de momentos únicos.

Dejando aparte los ya conocidos: el plano de presentación de Welles, la persecución por las cloacas, la secuencia de la noria, hay dos que destacaría por encima de los demás: la secuencia de la delación echa a manos de un tierno niño.

Una secuencia magistral, que sigue produciendo una angustia enorme al contemplarla y ver como ese tierno niño de dos años puede convertirse en un monstruo feroz; y por supuesto ese plano final y larguísimo que cierra la película de un modo desolador y renegando de una regla de oro: el final feliz.

 Tal vez la película número uno. El tercer hombre es puro arte. Como en literatura o en pintura, se advierte enseguida la obra maestra. No me voy a extender por la era donde está ya todo trillado. Me gustaría señalar lo que yo he visto en esta película y es lo siguiente: tres niveles y tres escenas.

El primer nivel se alcanza en la noria, en las alturas. Ahí Harry Lime dice: "si miras desde aquí a los hombres, parecen hormiguitas; qué más da una más o menos..." Eso mismo diría Dios si no se hubiera hecho un día hombre. Porque el caso es que cada hormiguita tiene su esperanza, su amor, su reunión mensual para hablar de literatura, de Beckett o de Zane Gray.

El segundo nivel está en la superficie, donde el hombre lucha por sobrevivir. Ahí están dos escenas grandiosas en el cine: cuando Lime aparece entre sombras bajo un portal porque el gato le descubre y la escena final de la película que es el desencuentro más explícito jamás filmado. La primera alcanza un momento nostálgico difícil de olvidar con una preciosa melodía de esas que a lo largo de la vida tendrás más de una ocasión de volver a oír (en mi caso la llevo de tono de llamada en el móvil).

Harry Lime es nuestro amigo de toda la vida: el más guapo, el que de joven se llevaba de calle a todas las chicas, el más gracioso, el que todos querían estar a su lado, el que siempre tenía dinero cuando no había un duro en las casas... ¡Cuánto quisimos a Harry Lime! ¡Cómo no se iba a enamorar de él la mujer más bella y sensata! No es extraño que una chica guapa, seria y con lo pies en la tierra termine locamente enamorada del hombre más soñador y sinvergüenza que conozca; al fin y al cabo trabajadores y de apariencia estólida hay más que botellines.

Y el tercer nivel es el submundo. El infierno. Ahí no hay reuniones, ni amistad... Sólo huída y peligro, miedo y muerte. Y es bajo tierra donde aparece la tercera escena más lograda del cine: esas manos queriendo salir de la muerte, aferrándose a la vida como es el instinto primario del ser humano. Esos dedos que salen entre los barrotes inútilmente quieren tener ojos en las puntas para ver por última vez el cielo. Todo se acaba así.

No obstante, con un poco de suerte tedrás amigos, camaradas, decepciones, golpes y encuentros en un mundo que siempre será hostil, acabe de terminar la II GM o hayan pasado ya más de 60 años. Pero si bajas del jeep a esperar a una mujer con la gabardina cruzada en el brazo en el paseo del parque más lánguido del mundo, sabiendo que ella no está enamorada de ti ni posiblemente lo esté nunca y tu ya le hayas dicho con tristeza lo mucho que la quieres, y ella pase ante ti sin mirarte siguiendo su camino, habrás tenido la suerte de vivir también una bonita historia de amor.

Pura leyenda, puro mito, puro CINE con mayúsculas.

G. Greene, autor de la historia y del guión, el director C. Reed y O.Welles, con su poderosa presencia, forman el trípode que sustenta este inmortal thriller, obra maestra absoluta del cine de todos los tiempos. Motivo de polémica durante años, hoy casi nadie discute la autoría del film, un C. Reed en la cúspide de su talento creativo, pero a nadie se le escapa que un genio como O. Welles debió de tener mucho que ver en el tratamiento del personaje de Harry Lime y su plasmación en imágenes. Creación arrolladora de Welles, que domina el film de principio a fin, lo marcó de forma definitoria hasta su muerte. 

 Partiendo de una premisa argumental sencilla, -Martins (Cotten), un escritor de novelas baratas del oeste viaja a Viena donde Lime (Welles) su mejor amigo le ha ofrecido trabajo, para descubrir al llegar que ha muerto atropellado-, que nos sumerge en un alambicado relato de intriga en el marco incomparable de la Viena de la posguerra, poco a poco vamos descubriendo una fascinante galería de personajes que intentan sobrevivir a las secuelas de la guerra. Ante nosotros aparece, con toda su crudeza, un sórdido mundo que transita entre el bien y el mal, lo moral y lo inmoral, lo ético y lo que no lo es. Con un guión extraordinario de míticos diálogos que ya son historia, “El tercer hombre” se erige, bajo la soberbia dirección de C. Reed, como uno de los más lúcidos estudios sobre el egoísmo, el cinismo y la maldad del ser humano, y nos plantea el terrible dilema moral de tener que escoger entre la fidelidad y lo éticamente correcto. Bañada por un extraño halito de romanticismo y con una historia de amor imposible, nos deslumbra por la barroca puesta en escena, la impresionante fotografía expresionista de R. Krasker -opresiva y llena de sombras-, los míticos planos inclinados asociados a la duda, el sensacional montaje, los silencios y ecos que estallan en nuestros oídos, y por la inmortal cítara de A. Karas. Con un espléndido reparto en estado de gracia, desde el discreto pero memorable J. Cotten -en el mejor papel de su carrera-, la bellísima, enigmática y sublime A. Valli, un T. Howard sencillamente perfecto, hasta la impresionante interpretación que ese autentico monstruo de la escena que era O. Welles hace del personaje de Harry Lime, para la inmortalidad nos ha quedado la mejor presentación de un personaje de la historia, el encuentro en la noria del Prater vienes -con el mítico monologo de Welles-, la magistral secuencia de persecución por las cloacas de la ciudad -con ese impagable gesto final de asentimiento-, y ese arriesgadísimo, duro y desolador plano final de más de dos minutos de duración. Una impresionante obra maestra, absolutamente imprescindible.

La acción tiene lugar en Viena en los primeros años de la Posguerra (1947). Narra la historia de Harry Lime, traficante desaprensivo que en el mercado negro vienés compra penicilina robada, la diluye y la vende a un alto precio, a costa de la salud de las personas. Su actividad le lleva a simular la muerte y a ocultarse en el sector ruso de la ciudad. Cuando Holly Martins (Joseph Cotten) llega a Viena, decide emprender una investigación sobre su muerte, dadas las informaciones contradictorias que recoge. La película describe la perversidad de un hombre siniestro y diabólico, que aborrece a sus semejantes; desprecia la justicia, la solidaridad, la democracia y la paz; y ama la guerra, el terror y el asesinato. Su objetivo es convertirse en un personaje poderoso, a la manera del superhombre de Nietzsche. Es el protagonista del film y el eje de la acción. Por lo demás, la película pone en tensión la lealtad, el amor y la amistad frente a la verdad, la justicia y el bien. Su amante, Ana (Alida Valli), y su amigo de la infancia Martins, se debaten entre dudas, inseguridades y contradicciones. La estética de la obra es marcadamente expresionista. Abundan los encuadres dislocados, las perspectivas de ruínas, las imágenes deformadas por los bombardeos (escaleras, vías, etc.). A ello se añaden juegos de luces y sombras que crean un clima fantasmagórico, reflejo de las opciones éticas y de los sentimientos de los protagonistas. Además, la obra suma un compendio amplio y heterogéneo de ambigüedades y dudas, que elevan la atmósfera de tensión y desasosiego.

 La música, de Anton Karas, se basa en una melodía sencilla e hipnóptica, interpretada con cítara, muy adecuada. La fotografía ofrece un recital de recursos innovadores de gran efectividad. El guión toma un argumento excelente de Graham Greene, adaptado con aportaciones de Alexander Korda y Carol Reed. La definición de los personas principales es modélica: Ana encarna la lealtad al amante; Lime la perversidad y la locura; y Martins la mediocridad, ahogada en alcohol, y una ambígua fascinación por Lime. La interpretación de Welles es breve, pero magistral, y son excelentes las intervenciones de los otros protagonistas. La dirección, correcta y solvente, se apoya en Welles en tres ocasiones: la aparición nocturna de Lime ante la mirada de Martins, la conversación de Lime y Martins en la noria y los dedos tensos que buscan la libertad ante un fondo de árboles otoñales sin hojas.

Tercera colaboración de Reed y Greene. Una de las mejores películas de todos los tiempos.

La frase "me gusta perder el tiempo", que cierra el turno de voz del film, deja abiertas las puertas a un cúmulo de preguntas sin respuesta, que alimentan la sensación de magia del film e impulsan las ansias del espectador de pensar y comentar.



TÍTULO ORIGINAL The Third Man (The 3rd Man)
AÑO 1949




DIRECTOR Carol Reed
GUIÓN Graham Greene (Novela: Graham Greene)
MÚSICA Anton Karas
FOTOGRAFÍA Robert Krasker (B&W)
REPARTO Joseph Cotten, Alida Valli, Trevor Howard, Orson Welles, Bernard Lee, Paul Hörbiger, Ernst Deutsch, Siegfried Breuer, Erich Ponto, Wilfrid Hyde-White, Hedwig Bleibtreu
PRODUCTORA London Films. Productores: Alexander Korda & David O. Selznick
PREMIOS 1949: Festival de Cannes: Gran Premio del festival (mejor película)
1949: BAFTA: Mejor película británica. Nominada a Mejor película
1949: Directors Guild of America: Nominada a Mejor dirección
1950: Oscar: Mejor fotografía B/N. 3 nominaciones


SINOPSIS Guerra Fría, Viena, 1947. El norteamericano Holly Martins, un mediocre escritor de novelas del Oeste, llega a la capital austríaca cuando la ciudad está dividida en cuatro zonas ocupadas por los estados aliados de la Segunda Guerra Mundial. Holly va a visitar a Harry Lime, un amigo de la infancia que le ha prometido trabajo. Pero su llegada coincide con el entierro de Harry, que ha muerto atropellado por un coche. El jefe de la policía militar británica le hace saber que su amigo estaba gravemente implicado en el mercado negro. Adaptación de la novela homónima de Graham Greene.
CRÍTICAS ----------------------------------------
"Una leyenda del cine (...) Elegida en 1999 como la mejor aportación británica a la historia del cine. Es eso, y con mayúscula: pura historia, resultado de un genial cruce de azares"
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario