Todos los grandes directores tienen su personaje icónico que hace sus
películas reconocibles desde el primer fotograma en que aparecen, y
Melville no iba a ser menos. Esos personajes lacónicos, sucios, de
moralidad realmente dudosa, pero que al fin y al cabo se mueven por el
honor y la amistad, ya sean interpretados por Belmondo o Delon.
Melville, con el paso de los años, está siendo cada vez más reivindicado
por cinéfilos y enormes directores de fama mundial como Scorsese, que
beben de uno de los maestros de un género tan típicamente europeo como
es el film noir, dándole siempre ese toque tan francés que le hace tener
una clase y una elegancia en su dirección y en su puesta en escena que
pocas veces se consigue igualar.
Bebiendo de grandes clásicos del cine negro americano, como La jungla de
asfalto, o Sed de mal, o cualquier obra de Lang, coloca a los
personajes ante un debate moral en el que no siempre la elección
escogida es siempre la mejor, y para ello se sirve del suspense de una
manera brutal, dejando pequeñas pistas que el espectador puede seguir,
pero que no hacen más que engañarle, al igual que al protagonista. A
pesar de ser asesinos y ladrones, dichos protagonistas se rigen por la
lealta y el honor, el anteponer su compañerismo y su honor de amigos
antes que de asegurar su vida y delatar a todo el que deba. Esos
personajes, que habitualmente pueden parecer fríos, son un torrente de
sensaciones y sentimientos en constante cambio durante toda la película,
que se ocultan bajo una fachada de frialdad y cinismo, y bajo unas
gabardinas que son únicas del cine del maestro francés, un vestuario que
siempre cobró especial importancia en su cine. El manejo de la historia
por parte del director es magistral, dosificando la acción y
distribuyendo los puntos fuertes de la historia en varios clímax que
acabarán en un antecedente de los duelos leonianos de una factura
impecable.
A pesar de su limpieza y su orden, Melville también realiza un asombroso
estudio sobre la violencia, siempre presente en nuestra sociedad, donde
es más fácil disparar primero y preguntar después que razonar las cosas
y seguir lentos y tediosos procesos judiciales. Como si de un western
de Leone o Peckinpah se tratase, todos los personajes saben que tarde o
temprano les llegará su hora en un mundo rastrero donde nadie más que tú
va a pensar en ti y donde nadie es lo que parece, incluso podría
cambiar quien más cercano está a ti. Fue uno de los pocos directores con
una facilidad innata para hacernos sentir empatía por los fuera de la
ley, siendo la cinta un reflejo sobredimensionado de lo que es nuestra
sociedad hoy en día, donde, a más de uno, nos gustaría solucionar los
problemas por nuestra mano, una visión pesimista de la vida, pero no por
ello menos real.
A la sombra siempre del cine negro estadounidense, Melville es el máximo estandarte del “noir” europeo. Exceptuando su primera etapa que abarca hasta “Quand tu liras cette lettre”, y un par de rarezas (Deux hommes dans Manhattan, Léon Morin, prêtre) el resto de su filmografía rinde tributo a este género.
Lo que define la filmografía de Melville, más que el propio noir, es una visión fatalista que coloca a sus personajes en situaciones de pelígro físico, y sobre todo, de encarnizada lucha moral.
Silien (Jean-Paul Belmondo) dice:
“En este oficio se acaba siempre de vagabundo o lleno de agujeros”.
Si bien es cierto que la fotografía extenúa los blancos y negro, todo lo contrario observamos en el tratamiento de los personajes, donde están bañados por el gris moral. Por mucho gángster que sea el personaje, siempre encontraremos en el cine del galo un código de honor que habrá que respetar. Maurice Faugel (Serge Reggiani) y Silien, representan el personaje prototipo de Melville:
“Silien no exterioriza sus sentimientos, pero es capaz de todo por un amigo, ya sea un madero o un gángster.”
No considero a Belmondo ni la mitad de bueno de lo que se comenta, pero aquí está ciertamente comedido. Reggiani me parece superior. Sus miradas acompañan el espíritu pesimista que tienen ambos papeles. La mirada de Belmondo sólo se fija en el espejo (algo que comentaré más tarde).
Existe luces y sombras en el guión adaptado por el propio realizador. Mientras que durante todo el metraje no existen explicaciones de más, y toda información se ofrece con la puesta en escena y los diálogos (ya en su inicio, con el encuentro entre Maurice Faugel y Gilbert Varnove, se da una lección de como informar al espectador con sobreentendidos), pero esta melodía se trunca a la hora de esclarecer la trama. En lugar de hacer partícipe al espectador descubriendo los giros en el momento que acontece la acción, mata el clímax narrándolos a través de un personaje. Existe además un segundo giro que sobra, pero que al mismo tiempo nos deja una de las mejores secuencias de toda la película: la última mirada de Belmondo (haciendo de él mismo) a su reflejo. Un pequeño guiño a Michel Poiccard y la Nouvelle Vague.
TÍTULO ORIGINAL | Le doulos (The Finger Man) |
---|---|
AÑO | 1962 |
DIRECTOR | Jean-Pierre Melville |
GUIÓN | Jean-Pierre Melville (Novela: Pierre Lesou) |
MÚSICA | Paul Misraki |
FOTOGRAFÍA | Nicholas Hayer (B&W) |
REPARTO | Jean-Paul Belmondo, Serge Reggiani, Jean Desailly, Michel Piccoli, René Lefèvre, Carl Studer, Monique Hennessy, Marcel Cuvelier, Philippe Nahon |
PRODUCTORA | Coproducción Francia-Italia |
SINOPSIS | Tras salir de la cárcel, Maurice Faugel asesina a su amigo Gilbert Varnove. A continuación prepara un atraco para el que necesita una serie de herramientas que le proporcionará Silien (Belmondo), un individuo sospechoso de ser confidente de la policia. El robo sale mal, y Maurice, que sospecha que Silien lo ha traicionado, decide ajustar cuentas con él. |
CRÍTICAS |
---------------------------------------- "La primera obra maestra de uno de los francotiradores más cautivadores del cine francés. Según la novela de Pierre Lesou, es una gélida radiografía de la mentira. Thriller intenso con aires de tragedia clásica" (Luis Martínez: Diario El País) ---------------------------------------- |
Más que la llegada, “El confidente” es una película de trayecto, donde
el resultado quizá es lo de menos (aunque tampoco es manco en resultados
obtenidos). Hasta la meta, Melville ha mostrado aspectos nada
apetecibles del ser humano, como la escena donde Silien pega
salvajemente a Theresse, o momentos cómicos como el “uniforme” en el
metro antes del robo (marcado por esos planos detalles marca Melville
que abundan en toda la película), pero ante todo, “El confidente” es el
relato de unos personajes que saben que el destino ya está escrito, y no
hay acciones sin consecuencias.
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